Viendo un video que Colombia hizo con niños venezolanos que han salido a otros lugares, reflexioné y pensé en todas las miradas tristes y crueles que tiene emigrar. Si para un niño cambiarlo de colegio, una mudanza de casa, una separación de los padres, dentro de su lugar de origen genera tantas heridas, duelos y traumas, que en muchos casos amerita atención especializada, cuánto más este cambio que marca su corazón para siempre.
Recogiendo experiencias migratorias de algunos conocidos y amigos, se encuentran casos de médicos que, aunque han emigrado con sus familias, laboran en lugares remotos, lejos de ellos, cruzando ríos, haciendo un duelo sobre duelo, pero con el consuelo de realizar lo que por años y por vocación están capacitados para ejercer.
Sin embargo, muchos otros haciendo todo tipo de labores, preparados o no para ejercer, adaptándose a todos los nuevos cambios y las nuevas dinámicas, haciendo a un lado todo lo alcanzado, con el único propósito de alimentar y proteger a sus seres queridos, tanto los que están a su lado como los que quedaron con el corazón roto en su país.
Hay muchas posturas, opiniones y críticas por lo que salen y por los que se quedan, pero desde donde se vea el caso, en lo que pienso es que en ambas experiencias hay un corazón que se dividió y que no será el mismo nunca más.
Estés de un lado o del otro, solo pensemos en elevar una oración por la protección de todos. No juzgues, porque la herida que se lleva puede tener mayor profundidad por la falta de comprensión y de empatía. Toda la experiencia que se vive y se construye cada día es parte de un proceso que nos sobrepasa, pero está lleno de esperanza levantando la mirada al que está por encima y tiene el Control de todas las cosas.
Despedirse de los afectos no es fácil, y estar en cualquiera de las dos posiciones es doloroso, pero seguimos con valentía y esfuerzo, mirando y confiando en lo que está por delante.
Agradezco enormemente a los que enviaron sus vivencias y contribuyeron en el escrito. Dios siga de nuestro lado y con los nuestros que quedaron en Venezuela.
Recogiendo experiencias migratorias de algunos conocidos y amigos, se encuentran casos de médicos que, aunque han emigrado con sus familias, laboran en lugares remotos, lejos de ellos, cruzando ríos, haciendo un duelo sobre duelo, pero con el consuelo de realizar lo que por años y por vocación están capacitados para ejercer.
Sin embargo, muchos otros haciendo todo tipo de labores, preparados o no para ejercer, adaptándose a todos los nuevos cambios y las nuevas dinámicas, haciendo a un lado todo lo alcanzado, con el único propósito de alimentar y proteger a sus seres queridos, tanto los que están a su lado como los que quedaron con el corazón roto en su país.
Hay muchas posturas, opiniones y críticas por lo que salen y por los que se quedan, pero desde donde se vea el caso, en lo que pienso es que en ambas experiencias hay un corazón que se dividió y que no será el mismo nunca más.
Estés de un lado o del otro, solo pensemos en elevar una oración por la protección de todos. No juzgues, porque la herida que se lleva puede tener mayor profundidad por la falta de comprensión y de empatía. Toda la experiencia que se vive y se construye cada día es parte de un proceso que nos sobrepasa, pero está lleno de esperanza levantando la mirada al que está por encima y tiene el Control de todas las cosas.
Despedirse de los afectos no es fácil, y estar en cualquiera de las dos posiciones es doloroso, pero seguimos con valentía y esfuerzo, mirando y confiando en lo que está por delante.
Agradezco enormemente a los que enviaron sus vivencias y contribuyeron en el escrito. Dios siga de nuestro lado y con los nuestros que quedaron en Venezuela.
Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. 2da Corintios 4:17-18.
Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti. Salmos 39:7.
Él les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. San Lucas 18:27.
Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Filipenses 3:14.
Lisbeth Torrealba



